miércoles, 22 de julio de 2009

LA INCREIBLE, MISTERIOSA Y FANTASTICA HISTORIA DE LA AVENIDA MITRE (cuento)

Autor: Ricardo Mazzini

Aquella fue una noche mágica.
Toda Avellaneda se encontraba oscura, sin luna y estrellas, pues no se habían encendido; el aire pesado del verano había sumergido a los vecinos en un profundo sueño. Es por ello que nadie se pudo enterar de las cosas fantásticas que ocurrieron en pleno centro, exactamente en la plaza Alsina.
Esa noche propicia a los misterios, a las doce, se reunieron para debatir en extraña asamblea los edificios más famosos de la ciudad.
Lentamente fueron llegando, entre otros: el teatro Roma, el hospital Fiorito, el Palacio Municipal; también se presentaron las viejas barracas y los estadios de Racing e Independiente, cuando ya se encontraban en el lugar la Casa de la Cultura, la Escuela N° 1, la Catedral y el monumento a Avellaneda.
El tema a tratar fue quién era el más importante de todos.
Cuando estuvieron ubicados tomó la palabra el teatro Roma. Con su voz de aria de bravura tronó diciendo:
- “Estimados edificios y monumentos de Avellaneda: en mi modesta opinión entiendo que el edificio más importante soy yo. Hace ya muchos años que vengo realizando las más lúcidas reuniones culturales. Soy escenario que convoca a cantantes, músicos y estrellas de la danza de los más refinados estilos. Mi papel en la cultura es incomparable al de cualquier otro. Por ello espero sepan elegirme. ¡Muchas gracias! ¡Muchas gracias! ¡Muchas gracias!” -
Mientras agradecía se inclinó varias veces.
Inmediatamente dirigió la palabra la Casa de la Cultura, que con pausas de silencio de biblioteca sentenció:
-“Yo no pretendo desmerecer la brillante trayectoria del teatro Roma, pero más mérito que traer artistas hechos es el de formarlos. Mi tarea consiste en difundir la cultura y educar por el arte. Miles de niños pasan por mis aulas convirtiéndose en intérpretes y creadores. Mi fama es internacional.”-
A continuación toman la palabra los estadios de los clubes, Racing e Independiente, quienes ampliaron el concepto de cultura extendiéndolo no sólo a la actividad de los intérpretes y creadores consagrados, sino a todo el hacer de un pueblo. Desde este punto de vista, sostuvieron que el fútbol es una expresión más de nuestra cultura, y que por su gran convocatoria los estadios se postulaban para ser elegidos con toda verdad y justicia, según ellos proclamaban, para ocupar el primer lugar.
La Catedral dijo entonces con voz reflexiva y grave:
- “Todo lo dicho es verdad, pero yo doy trascendencia espiritual a todos los actos humanos, y conmigo llegarán los hombres a la vida eterna que el buen Dios ha preparado para sus hijos.” -
La Escuela N° 1 alzó su voz de maestra diciendo:
- “Para todo progreso, real y positivo, lo más importante es la educación. Sin educación primaria no habrá arte ni deporte, ni sacerdotes, ni nada. Yo soy el edificio más importante por la importancia de lo que difundo.” -
Así, uno a uno, fueron exponiendo sus virtudes y quiénes habían sido sus arquitectos y constructores.
En esta noche extraordinaria hasta los relojes detuvieron su marcha.
Y así, el tiempo detenido, siempre a medianoche, hacía posible que las intervenciones de tan importantes expositores no se vieran limitadas.
El hospital Fiorito habló de su esfuerzo denodado, aliviando el dolor; las barracas relataron la importancia que tuvieron. Una elocuente exposición fue la del Palacio Municipal, que a voz en cuello expresó elevando el índice derecho:
- ¡Yo contengo las autoridades que la democracia ha consagrado en las urnas; en mis recintos los concejales debaten sobre todos los aspectos del bien común de nuestro pueblo. El intendente se consagra al apostolado de conducir, por el mejor camino, a la comunidad. Yo soy el símbolo del pueblo maduro y democrático!” -
Otra refinada y lúcida exposición fue la del monumento a Avellaneda, quien puntualizó la importancia de que una obra de tal vigorosa expresividad, como la suya, se encuentre expuesta a la vista de todo un pueblo. Su autora, Lola Mora, fue admirada en todo el mundo por la exquisita e inspiración de sus obras, y concluyó diciendo que él se sentía como una joya excepcional perteneciente a todos los avellanedenses.
Cuando todos tuvieron la oportunidad de exponer sus argumentos, se escucho una voz que, con natural modestia, pedía la palabra: era la Avenida Mitre.
Esta solicitud produjo un discreto revuelo entre los asistentes; algunos murmuraron que era una audacia improcedente que en una reunión de asistentes tan conspicuos fuera a intervenir en un pie de igualdad una calle. ¡Una calle no puede compararse con teatros, escuelas o templos!
El que comprendió la situación y puso orden fue el hospital Fiorito, posiblemente por estar acostumbrado a tratar con los vecinos más pobres y humildes, de quienes se aprenden las más duras lecciones; solicitó entonces a la asamblea que se diese lugar a la exposición de la Avenida Mitre.
- “Yo soy la Avenida Mitre que hoy quiere contar su historia. Historia muy antigua, como que soy lo primero que existió en estos lugares. Soy anterior al pueblo de Barracas al Sud, y cuando nacieron la República Argentina, la antigua Confederación Argentina o el Virreynato del Río de la Plata yo ya era.
No recuerdo el día en que nací, pero fue allá por los tiempos de la conquista, cuando recién fundada Buenos Aires en el año 1580 don Juan de Garay asigna a los Adelantados tierras desde el Riachuelo a la Magdalena.
Primero fuí senda a campo traviesa, luego huella, más tarde Camino del Sud, y vuelto Camino Real y calle. Hoy soy avenida y también autopista, desde el Riachuelo hacia Buenos Aires.
Fueron multitudes desde el principio las que recorrieron mi trazado: algunas siniestras, nostálgicas otras, ejércitos de conquistadores, patriotas e invasores, celestes, punzó, azules y colorados, y muchos trabajadores, desde chasquis a colectiveros.
Recuerdo a los desgraciados quilmas, que fueron arrebatados de sus Valles Calchaquíes. Caminaban con el silencio de un pueblo que va al encuentro de la muerte.
Luego escuché cadencias de ritmos africanos: eran los negros, también arrancados de sus tierras y culturas, que arriban engrillados a las barracas para ser vendidos como esclavos.
La incomprensible asociación entre la espada de la muerte del conquistador y la cruz de la misericordia del misionero llevó mi destino desde Buenos Aires a Barracas, Quilmes, Ensenada, la Magdalena, Tuyú y Ajó; ya antes que existiera Pavón a las Lomas de Zamora, San Vicente y Chascomús.
De pequeña senda me hice huella de carretas, las que llevaron útiles y provisiones a los pobladores de la campaña y acercaron a los frutos del país a las barracas.
Soy anterior al gaucho, yo lo ví nacer; por eso lo conozco y nos entendimos bien.
Me recorrieron los primeros piquetes de defensores de Buenos Aires antes las invasiones y también pasaron altivos, orgullosos, los ingleses en busca del botín anhelado que no habrían de lograr.
De huella me transformé en Camino Real, transitado por las chatas, galeras y diligencias de mensajerías. A mi vera crecieron primero postas y pulperías, pueblos después. Así nació Barracas al Sud.
Reseros, carreteros, boyeros y chasquis alumbraron mis noches oscuras con luces de mil fogones arrullados con aires de vidalitas, estilos, triunfos, milongas, payadas.
Los 25 de mayo y los 9 de julio la escarcha de las heladas se licuaba bajo las danzas de malambos bárbaros, que se convertían en la oración, en la delicada seducción del Pericón Nacional, con su carga de identidad argentina ya hecha realidad.
Yo llevé a Lavalle con los Libres del Sur, hasta Jujuy, donde se cruzaron con la muerte.
Y también acompañé a los gauchos de poncho punzó hasta Caseros y los traje vencidos a Barracas al Sud.
Desde mis confines se alejaron Martín Fierro y el gaucho Cruz hacia los toldos infieles, y a mi orilla cantó Santos Vega por última vez.
Ya les dije que ví nacer al gaucho, pero también … ¡ay! … lo ví desaparecer, cuando a los silencios de la pampa llegaron los cantos de las máquinas.
Acompañé a Dardo Rocha y José Hernández desde la eterna Buenos Aires a la recién nacida y tan coqueta La Plata, orgullosa de la concepción de su trazado.
Los ojos vacíos de los inmigrantes viejos, con su mirada me recordaron a los quilmas y a los negros. Tan inquietos y ansiosos como los de los inmigrantes jóvenes, no los había visto ni en los inmigrantes más codiciosos.
Veredas de ladrillos y baldosas rectificaron los vaivenes de mis curvas, las huellas dejadas por el paso de pesadas carretas se cubrieron de adoquines, asfalto y concreto.
Aspero y tierno a la vez, el tango, nacido en los arrabales, transitó por Avellaneda hasta que creció en música, danza y verso. En un lento y alegre tranvía yo llevé su sentimiento triste al centro de Buenos Aires para que el mundo lo conociera.
Para muchos carnavales fui corso y pista de bailes populares, y también camino del calvario para el Nazareno de las bienaventuranzas de los Viernes Santos.
Miles de obreros postergados convocados por sus desdichas me recorrieron un 17 de octubre con los puños cerrados en alto. Extraña peregrinación jamás repetida y siempre recordada. Habrán encontrado lo que buscaban, porque regresaron con una esperanza en sus corazones.
Muchas orugas de tanques de guerra lastimaron mi piel sensible. Nunca supe por qué salían a las pacíficas calles, si no estábamos en guerra.
La tecnología me trajo luz, semáforos, música de rock, bocinazos y un aire turbio que el pampero limpia.
Me gustan las marchas democráticas y me inquietan las sentadas, me duele la pobreza de los cartoneros de la villa, y me alegran los chicos que van y vienen camino de la escuela, los hombres y mujeres que trabajan, estudian o pasean. Me emocionan los viejos encorvados sobre sus bastones que se acercan para verme, con el asombro de un niño, cómo he cambiado.
Por mi viejo trazado desfilan todos los 15 de agosto para homenajear a la Patrona de Avellaneda coloridas brigadas de bomberos, escolares, tradicionalistas y colectividades.
Ya se han ido para siempre las chatas y carretas, galeras y diligencias, para dejarles lugar al humilde colectivo y al vehemente automóvil, al trabajador camioncito de reparto y a la siempre apurada ambulancia. Se fueron también los primeros ranchitos de adobe y las casonas de ladrillos, con sus patios de jazmines y malvones, pues llegaron las torres de concreto.
Buenos Aires hizo su Plaza de Mayo, donde han transcurrido los momentos más importantes de su historia capitalina. En cambio, para Avellaneda fue a la inversa: nadie me fundó ni me creó, y en cambio fui creando una ciudad y un espacio que me encuentra disponible para convocarse a diario.” –
Cuando la Avenida Mitre acabó de hablar, un silencio lleno de sugerencias pesó sobre la vanidad de todos. Mil torbellinos de agitaciones íntimas se arremolinaron quebrando la quietud de la noche.
Desde entonces, los fantasmas de la Avenida Mitre regresan del pasado –sentencian los que saben – todas las noches, sin lunas y sin estrellas, cuando a medianoche los relojes se detienen.
Cubiertos de silencios los han visto pasar muchos vecinos. Sombras de azul transparencia, frías sus formas desfilan: primero los indios y el mismísimo Garay con sus conquistadores adelantados, después patriotas, invasores, negros, gauchos, inmigrantes, poetas del arrabal y los chicos que murieron en las batallas de Malvinas; y hasta el propio sargento Sosa, veterano oficial de Caseros, que murió de tristeza y con su sangre le sigue dando color a todas las flores rojas de Avellaneda.


Este cuento obtuvo el 1° Premio –Medalla de Oro- en el concurso “Mariano Moreno” edición 1992, organizado por el Círculo de la Prensa Avellaneda-Lanús y la Municipalidad de Avellaneda